La obra de Theo, a estas alturas de su vida a punto de cumplir siete décadas, de las que lleva dedicadas cinco de ellas al ejercicio de lector voraz y apasionado escritor, se puede considerar extensa en cantidad de publicaciones (abarcando y apretando); diversa en temática y géneros literarios y con visos de perennidad, al estar heñida con seriedad y rigor al observar la realidad con curiosidad científica, reflexión y profundidad. De este modo el agua de su pozo brota viva, pura y limpia.
Casi siempre los escritos de mi amigo Theo son una sorpresa tanto para mí como, quizás, para sus lectores, al tratar asuntos que siéndonos conocidos, comunes, están enfocados con esa perspectiva original en su intento de escapar por las costuras de su imaginación. Así convoca e invoca a las nueve musas para ofrecernos obras como la presente de la que me honro trazar esta solapa. Ensayo lúdico y ameno que viene impregnado de su estilo, al que ha llegado a través de su empeño y dedicación, para recrearnos, recordar e ilustrarnos en aquello que creíamos superado o que teníamos poco transitado, e incluso, habíamos olvidado.
Sencillamente, los romanos llamaron "stilo" al objeto punzante con el que escribían en las tablillas. Ay, el estilo...; de él decía Rafael Cansinos -Asín que era como una jaula. Si así fuera, de ella, Theo sabe dar libertad a los jilgueros, mirlos y ruiseñores que armonizan con trinos y simpatía sus escritos dotándolos de precisión y elegancia para nuestra felicidad lectora. Esto es posible gracias a su sólida formación científica y humanística con rango universitario y al ejercicio periodístico como colaborador en prensa.
"Tu literatura -le dijo una amiga en cierta ocasión- tiene mucho alimento y muy poca paja". "Por eso -digo yo- es breve".
Seguir fiel a su vocación y a su destino es su mejor premio. No busca otros que se ofrezcan con alharacas y visibilidad vacua, esa que tanto persigue esta sociedad periclitada entorpeciendo la obra bien hecha y consistente.
Su legado escrito (se ofrece al final de este libro) está realizado con dedicación amorosa siguiendo el sendero -me ha confesado- del aforismo aprendido de Rabindranagth Tagore: "Dios mío, que mi amor dé frutos útiles" pensamiento que sirvió para componer su primer libro publicado en 1991 y titulado "Villarta de los Montes. Historia y Arte", la más lúcida y completa obra que se ha escrito sobre su pueblo.
El poeta de Villalba de los Barros y amigo de ambos, José Iglesias Benítez, en un homenaje en 2003 a Theófilo Acedo Díaz en la tertulia El Rato, celebrada en la taberna de Antonio Sánchez, escribió y leyó un excelente soneto a él dedicado a modo de retrato. En él pellizco ahora y expongo, de esta composición, los primeros versos:
Tiene fácil la risa y anda en tratos con no sé qué demonio irreverente que le brilla en los ojos. Y en la frente esconde rebeliones, desacatos,
Theo ama lo que hace: leer, escribir, pasear, cantar, tocar la guitarra para las amistades, ver la vida con alegre y amistosa positividad. Este es el secreto de su éxito, pues no quiere cambiar el mundo sino contribuir con honestidad y belleza a hacerlo habitable y confortable.